Quizás la solución no está en abandonar el barco. Quizás solo necesitamos otra forma de estar en él.
Hace unos años, veraneando en el hotel favorito de mi hijo, hablábamos con los camareros del restaurante. Nos encontaba lo felices que se les veía, el trato tan exquisito y nada forzado que tenían hacia todos los clientes que disfrutábamos en cada estancia.
Así que me atreví a preguntarles:
- Vaya, nos encanta ver cómo trabajan, se les ve felices y relajados a pesar de tanto trabajo.
- Así es señora, es que esta empresa nos cuida muy bien - contestó uno de los camareros - Y no solo en el sentido económico y de horarios, sino que nos ofrecen cada año la posibilidad de cambiar de hotel, a alguno de la cadena. Así no nos aburrimos, así no nos estancamos. Es una elección que nos la dejan a nosotros. Y la verdad, ya llevo casi 20 años en esta empresa ¡¡de aquí no me muevo!!
¿No es maravilloso? Ese interés por el bien del personal, repercute directamente en los clientes finales.
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